domingo, 22 de abril de 2012

La Legión Condor en Euskadi

Hace algunas semanas, con motivo de una exposición sobre los bombardeos de Gernika y Durango organizada por la Fundación Sabino Arana, tuve la oportunidad de contemplar unas fotografías planimétricas pertenecientes a la colección particular del notario de Bilbao José María Arriola y cedidas por él para este evento. Las tomas aéreas, de una calidad excepcional, estaban ensambladas en un montaje mural formando el plano de conjunto de una franja estratégica por la que las tropas franquistas, después de conquistar un número de localidades importantes de Bizkaia, alcanzaron el 19 de junio de 1937 la meta principal de la denominada Campaña del Norte: el Gran Bilbao, con su distrito gubernamental, sus cárceles, Altos Hornos, fábricas de armas, plantas químicas y almacenes portuarios. Lo mejor de la tecnología fotográfica y de reconocimiento de la época aplicado al arte de la guerra. Tengo entendido que un juego de estos planos fue entregado al alto mando italiano para fines de coordinación en el campo de batalla.

Meses antes, al comienzo de la guerra y con el objetivo de apoyar el alzamiento de los militares contra la República, desde la Alemania nazi había llegado a bordo del carguero Usaramo un reducido contingente de voluntarios con gran cantidad de material bélico: aeroplanos desmontados, cañones antiaéreos, munición, aparatos de radio...

Su presencia en España era un secreto a voces en el marco de una operación a la que se asignó el pomposo nombre de Fuego Mágico -según parece, el führer estaba en la ópera viendo La Walkyria de Wagner cuando los enviados de Franco llegaron para pedirle audiencia- y recién desembarcados en el puerto de Cádiz, los alemanes llamaban la atención por sus vistosos trajes de paisano de color blanco (aprovechados del desfile inaugural de los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936). Ellos mismos, en un deprecatorio alarde de sentido del humor, se asignaron el mote de seifenhändler (vendedores de jabón).

Después de completar con éxito el traslado a la península del Ejército de África, tras innumerables vicisitudes y combates aéreos, una derrota traumática en los cielos de Madrid ante la irrupción inesperada de los cazas soviéticos y diversas reorganizaciones, esta tropa expedicionaria enviada por Berlín en auxilio de los sublevados estaba ya bien fogueada.

Contaba con gran cantidad de efectivos, incluyendo los aviones más avanzados de su tiempo, tropas de tierra, vehículos acorazados y el mando de un militar profesional de alta graduación, el teniente general Hugo Sperrle. Ahora se hacía llamar la Legión Cóndor, y a finales de marzo de 1937 se disponía a dar cobertura aérea a la invasión del Norte por las tropas franquistas. En dicha campaña fueron hechos de infame celebridad la destrucción de Eibar, Durango, Gernika y otras localidades vascas importantes.

Todavía en la actualidad corren regueros de tinta sobre los mencionados bombardeos, particularmente el de Gernika, que por su brutalidad y repercusión mediática adquirió entidad de símbolo universal de repulsa y condena de la guerra.

En el bando vencedor, unos dijeron que Gernika había sido dinamitada por milicianos rojos. Otros justificaban los ataques alegando el acantonamiento de batallones de gudaris. Asimismo hay quienes sostienen que Franco quiso asestar un golpe demoledor a la moral civil arrasando una ciudad que era símbolo secular de las libertades vascas.

También se ha dicho que Hitler y Mussolini tenían el propósito de poner a prueba su teoría de que las guerras no se ganan en el frente sino en la retaguardia. La realidad, sin embargo, es más prosaica: los alemanes bombardearon las ciudades vascas para conseguir que sus escombros colapsaran nodos ferroviarios, carreteras, puentes y otras infraestructuras de transporte, cortando la retirada de las tropas republicanas hacia Bilbao e impidiendo su reagrupamiento en puntos críticos del frente.

La consecuencia -no muy distinta de la que en fechas más recientes se ha podido apreciar en escenarios bélicos como los de Serbia, Irak, Libia o Siria- fue la pérdida de innumerables vidas civiles. En Gernika, la situación llegó a ser dantesca. El primer ataque provocó numerosos incendios y una densa humareda que impedía por completo la visibilidad. Las oleadas consecutivas de Ju-52, Heinkel He-111 y quizá también algunas máquinas italianas, dejaban caer sus bombas a ciegas sobre una muchedumbre aterrorizada que, tras haber salido de los refugios para apagar los fuegos o simplemente correr y ponerse a salvo en los campos próximos, fue sorprendida por una lluvia de metralla y cargas incendiarias.

Hoy podría pensarse que episodios como este eran propios de la barbarie de aquellos tiempos, de no ser porque todos los días los medios de comunicación nos están demostrando lo contrario. La conclusión evidente es que, por más que insistan los tecnócratas de la guerra, no existe eso que llaman "ataque quirúrgico". Las armas modernas producen los mismos efectos, independientemente de que quienes las empuñan sean tiranos o gobernantes democráticos elegidos por el pueblo. La utilización de aviones y bombas implica de modo inevitable la muerte de civiles inocentes.

La masacre de Gernika adquirió un significado universal no por haber sido tema de obras de arte o de propaganda, sino por atestiguar con absoluta crudeza los efectos de la arrogancia del poder en una época en que comenzaban a llevarse a cabo los primeros ensayos de la tecnología militar que se emplea en los conflictos bélicos de nuestros días, incluso en misiones de paz.

Todo lo anterior nos lleva a la cuestión de la responsabilidad. Por más que se han escudriñado los archivos alemanes tras la Segunda Guerra Mundial, no existe constancia documental de culpabilidades concretas con nombres y apellidos. Probablemente, y a falta de una evidencia más explícita, cabe admitir que la orden de arrasar Gernika partió de un estrato inferior en la escala de mando de la Legión Cóndor, y que la confusión y la brutalidad de la guerra se encargaron del resto.

¿Es ahí donde termina la historia? Deberíamos pensar que no. Cito las palabras de los historiadores alemanes Karl Ries y Hans Ring, autores de una obra de referencia sobre la Legión Cóndor: "Las críticas han de ir dirigidas contra aquellos cuya falta de juicio termina haciendo que las armas intervengan como último recurso en la resolución de un conflicto político. Quien prepara hombres jóvenes para el oficio de matar no debe sorprenderse de que aquellos se esfuercen por hacer bien su trabajo".

Estas palabras suenan un poco rastreras por el mensaje que transmiten entre líneas: los militares cumplían órdenes, los dictadores fascistas están muertos; así que caso cerrado. Pero tampoco se les puede quitar toda la razón. La responsabilidad histórica es real, importante y, en última instancia, insoslayable. Habla en favor del gobierno alemán haber reconocido la parte que le toca mediante su declaración del 28 de abril de 1997, pronunciada por el embajador Hening Wegener en nombre del entonces presidente federal, Roman Herzog.

De los gobiernos de España e Italia, desafortunadamente, no puede decirse lo mismo.

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