sábado, 12 de noviembre de 2011

Mujeres y cultura en la Antigua Grecia


Tras cumplirse el centenario  en España de la Real Orden que permitió el libre acceso de las mujeres a la Universidad el mundo actual, no obstante lo mucho que se ha avanzado, la educación en general, no sólo la universitaria, está lejos de ser un derecho universalmente respetado, en particular en el caso de las mujeres y niñas. Para estas últimas ha sido siempre más difícil, como se evidencia, por poner un único ejemplo, en los ataques de los talibanes a las escuelas femeninas. Lejos de esta brutalidad, aunque lejos también de la deseable igualdad, la educación de las mujeres griegas no parece, puesta en perspectiva, tan distinta de la que estaba al alcance de las españolas de hace 100 años.

Para los griegos de la Antigüedad fue Homero el educador de toda la Hélade, pero de este poeta, del que suele tomar comienzo cualquier estudio del mundo heleno, poca información podremos obtener si se trata de averiguar algo sobre la educación de las mujeres. Sabemos que el guerrero homérico tenía que realizar grandes discursos y grandes gestas. Y no sólo eso: tenía que "ser siempre el mejor y estar por encima de los demás", como le decía Peleo a su hijo, el gran Aquiles. Esas palabrasnos sitúan en el contexto de lo que llamamos cultura agonística de los griegos, siempre deseosos de destacar en los diferentes ámbitos de competición y siempre también preocupados por dejar fuera de esos ámbitos a las mujeres. ¿Qué es lo que se esperaba de las ellas, además de que atendieran al telar, como Penélope, Andrómaca o la propia Helena? ¿Que instrucción recibían?

Un club de hombres

En cuanto a Atenas, hay suficientes trabajos que demuestran que esa ciudad no fue en absoluto un lugar apropiado ni para la educación de las mujeres ni para la creación poética femenina. Situémonos en una civilización a cuyos ciudadanos Tucídides se refería como "espectadores de discursos", pero que no admitía que estos fueran pronunciados por mujeres, y que consideraba el silencio como el mayor adorno del género femenino. De todos los lugares de socialización en los que se pronunciaban esos discursos estaban excluidas las mujeres: ágora, banquete, tribunales.

La razón, o una de las razones más evidentes, de esta escasísima presencia femenina en las letras griegas está en la poca importancia que se concedió, en general, a la educación de las mujeres en Grecia. Es ya un tópico, para la época clásica, contraponer la educación que recibían las jóvenes atenienses, de la que nos hacemos una idea a través de las palabras de Iscómaco, interlocutor de Sócrates en el Económico de Jenofonte, con la que se dispensaba a las muchachas espartanas. Así se expresaba el protagonista del texto de Jenofonte con respecto a su mujer, en un pasaje que ya forma parte de todas las antologías sobre el tema: 
[...] ¿Y qué podia saber cuando la recibí por esposa, si cuando vino a mi casa aún no había cumplido los quince años y antes vivió sometida a una gran vigilancia, para que viera, oyera y preguntara lo menos posible? ¿No te parece que pude estar contento si llegó a mi casa sin saber otra cosa que hacer un manto, si recibía la lana, o sin haber visto otra cosa que cómo se reparte el trabajo de la hilatura entre las criadas? [...] "Tú", dije yo. "tendrás que estar dentro de casa, despachar afuera a los esclavos cuyo trabajo está en el exterior, vigilar a los que tienen que trabajar dentro, recibir las mercancías que entren, repartir lo que haya que gastar y prever y cuidar que el presupuesto aprobado para un año no se gaste en un mes. Y cuando te traigan lana, tienes que preocuparte de que se hagan vestidos a los que lo necesiten, también tienes que procurar que el grano seco se conserv e para que se pueda comer bien.
Se trataba, pues, de una instrucción meramente doméstica, tanto por el hecho de ir encaminada a que la mujer se hiciera cargo de la administración y cuidado de los bienes de la casa, como por tener lugar dentro de ese mismo hogar. Cierto es que estas consideraciones generales, basadas en el conocidísimo texto de Jenofonte que acabamos de reproducir parcialmente, deberían ser matizadas, pero, muy a grandes rasgos, podríamos considerarlas ciertas al menos para la época clásica ateniense y para las mujeres de la clase media. El otro gran documento para este asunto de la mujer ateniense es el discurso fúnebre de Perides (430 a.C.), recogido por Tucídides, en el que el estadista decía que lo mejor para una mujer es que no se hablara de ella, ni para bien ni para mal. Si la educación física y musical eran fundamentales para un muchacho, asi como la retórica, las cualidades admiradas en una mujer eran la sumisión y el silencio. 
La época helenística conoce, por fin, una difusión mayor de las escuelas públicas y la consideración de la educación como un factor de unidad entre todos los pueblos helenizados. Esa ampliación también afecta a las niñas, que comienzan a recibir una formación similar a la de los niños y que contempla la existencia de un maestro especializado en la enseñanza de las letras.

Una educación espartana

Para Esparta contamos con un poco más de información que para Atenas referida a la educación de las mujeres. La educación en la Esparta arcaica (siglos VIII a.C.-comienzos del VI a.C.) era sobre todo militar y cívica, pero también deportiva y musical. El niño era puesto en manos del Estado para su educación a los siete años y la agogé, la famosa educación espartana, duraba hasta los veinte, con sucesivas etapas y divisiones por edades. Las muchachas también recibían una educación a cargo del estado y eran agrupadas en clases de edad (niñas, muchachas, doncellas, jóvenes casadas). La formación de las jóvenes espartanas se llevaba a cabo en el marco de los coros donde las muchachas ejercitaban la música y la danza, permitiéndoseles, además, mostrar públicamente sus habilidades en las ceremonias religiosas.
Degas, 1860, Jóvenes haciendo ejercicio, National Gallery, Londres.

Es muy famoso el pasaje de Plutarco en la Vida de Licurgo, el mítico legislador, en el que se alude a la educación de la muier espartana:

[...] sometió el cuerpo de las jóvenes a la fatiga de las carreras, luchas y lanzamientos de disco y jabalina, pensando que. si el enraizamiento de los embriones ha contado con una base sólida en cuerpos sólidos, su desarrollo será mejor, y que ellas mismas, si se enfrentan a los partos en buena forma física, combatirán bien y con facilidad los dolores.

[_.] no menos que a los jóvenes habituó a las jóvenes a que, desnudas, destilaran, danzaran y cantaran en ciertos cultos ante la presencia y la contemplación de los muchachos
(trad. A. Pérez liménez, Madrid. 1955).

Sin dejar pasar el hecho de que el destino último de la mujer era, tanto en Esparta como en Atenas, procrear hijos para la ciudad, el que las espartanas pudieran ejercitar públicamente la danza y el canto es algo muy importante en relación con su educación, si tenemos en cuenta que en la Grecia Antigua esta fue en primer lugar musical y sólo muy poco a poco alcanzó a acoger lo que, desde nuestro punto de vista, constituye el propio cimiento de la formación: el aprendizaje de la lectura y la escritura.

Décima

Una de las figuras más célebres de la Antigua Grecia es la poeta de Lesbos, alejada tanto espacial como temporalmente de la Atenas clásica. Safo vive a caballo entre los siglos VII y VI a.C. Natural de la citada isla, probablemente naciera en Éreso y pasara su vida en Mitilene. Es uno de los primeros y grandes nombres de la literatura griega y la excepcionalidad de una muier poeta se reflejó ya muy tempranamente en el calificativo de "Décima Musa" que le aplicaron autores como Platón.

Sobre su vida es mucho lo que se pretende saber, sobre todo fiándose del léxico Suda (una especie de enciclopedia bizantina, del siglo X d.C.) y de testimonios de la comedia, que la presentaban como a una muier de actividad sexual desaforada. Los confusos y contradictorios datos sobre la vida de Safo dieron lugar ya, en la propia antigüedad, a la creación del "mito" y a la duplicación de su figura, en la idea de que había habido dos Safos, la poeta y la prostituta. En tiempos modernos la situación no cambió demasiado y se ha dedicado tanto o más papel a la "cuestión sáfica" (¿qué clase de relación mantenía Safo con las mujeres a las que dedica gran parte de su poemas?) que al estudio de los versos conservados. Las respuestas se buscan a partir de sus propios poemas, a veces traducidos torcidamente con intención de hacerlos hablar en un determinado sentido. Lo único cierto es la gran admiración que desde el principio suscitó la poesía de Safo, muy leída desde la Antigüedad. Aunque es muy poco lo que se conserva de ella, como del resto de poetas de la edad arcaica, de vez en cuando hay algún descubrimiento papiráceo que nos permite completar alguno de sus fragmentos. Es el caso de lo versos en los que se lamenta de la vejez empleando como contrapunto mítico el ejemplo de Titono, al que Zeus concedió la inmortalidad por deseo de su enamorada la Aurora, pero no la eterna juventud. La traducción, la primera publicada en lengua castellana, en 2006, es de Carlos García Gual:
Vosotras cuidad, hiias, de los dones hermosos de las Musas de fragante regazo y de la vibrante lira compañera del canto.
Pero mi piel que antes fue tan suave la sometió ya la vejezy blancos se han vuelto mis negros cabellos de antaño.

Pesado se ha hecho mi ánimo y no me sostienen las rodillas que en otro tiempo fueron tan ágiles como corzas en la danza.

De eso me lamento día tras día. Pero, ¿qué puedo hacer?

Cuando se es humano, no es posible dejar de envejecer.

De Titono, en efecto, contaban que la Aurora de brazos de rosa,inflamada de amor, lo raptó para llevarlo al confín de la tierra porque era bello y joven. Mas de igual modo a él con el tiempolo atrapó la grisácea vejez, aun teniendo una esposa divina.
 Maestra de retórica, dueña de un burdel
Aspasia ha pasado a la historia por su relación con Pericles, el estadista que dio su nombre a todo un siglo. El "siglo de Pericles" se extendió, en realidad, desde 460 a.C. (reformas democráticas de Efialtes) a 430 a.C. (comienzo de la Guerra del Peloponeso). Aspasia era de Asia Menor, una extranjera, y siguió siendo extranjera en Atenas hasta su muerte. Esta condición quizá explique su libertad para ser también, una figura intelectual. Para un ateniense de mediados del siglo V a.C. el nombre de Mileto se asociaba a un pasado de esplendor, una ciudad de oriente, de lujo y molicie. Mileto había visto nacer en el siglo VI a. C. a los primeros filósofos (los presocráticos: Tales, Anaximenes y Anaximandro). El historiador Hecateo también era de Mileto y  vivió en los tiempos de la revuelta contra los persas. Aspasia vivió allí su juventud, entre el 679 y el 450.

Se conocen datos sobre la vida de esta mujer mientras estuvo ligada al estadista, y se la ataca o elogia en la medida en que se ataca o elogia la figura de Pendes. En Atenas, el ataque político se vestía con frecuencia de critica a la moral sexual: los dardos contra Pericles lo convirtieron en juguete de Aspasia y a Aspasia en otra Helena, a la que se culpó de la guerra contra Samos y de la guerra del Peloponeso. Plutarco, nuestra principal fuente para la vida de Aspasia, de la que habla al relatar la de Pericles, dice de ella que el estadista la consideraba mujer sabía y entendida en política y que incluso Sócrates la frecuentaba, con sus amigos y sus mujeres "aunque no dirigía un negocio digno y honrado, sino que formaba a cortesanas dedicadas a la prostitución". Obviamente, y como en el caso de
Safo, la maledicencia tiñe todas las informaciones, por objetivas que se pretendan, ya que ¿en qué cabeza cabe que los ciudadanos atenienses frecuentaran con sus mujeres un burdel? Las criticas que Pericles recibió por unirse a ella fueron interpretadas de manera brillante por Nicole Loraux: "Nada indica que los atenienses hayan dudado deque se puede a la vez ser amante del poderío de la ciudad y amante de un hermoso jovencito (piénsese en el Calicles del Gorgias platónico); sin duda creían también que una mujer podía enamorarse profundamente de un hombre. Pero hay una figura inaceptable: el amor ardiente de un hombre por una mujer. La tragedia ática no conoce héroes a los que el amor cause la muerte (Heracles muere por el amor que Deyaníra siente por él no por su deseo de Yole). Que Pericles abandone a su mujer, una aristócrata ateniense, para vivir con una milesia, es algo que no se le perdonó". 
Vindicación de las mujeres

Safo o Aspasia son quizá las mujeres más conocidas de lo que podríamos considerar mundo cultural griego de la Antigüedad. Hubo otras, no muchas: Ánite, Erina o Nósíde entre las poetas; Teano o Cleobulina. entre las filósofas. Todas ellas aparecían una y otra vez en las obras que. a lo largo de los siglos XV, XVI y XVII, vieron la luz en defensa de las mujeres en el marco de la conocida querelle des femmes, en Francia e Italia especialmente. Gilíes Ménage (1613-16921 elaboró, a imitación de la famosa obra de Diógenes Laercio. una Historia de las mujeres filósofas que publicó como reconocimiento a las mujeres sabias de su época [Madame de Sévigné o Madame de la Fayettel y dedicó a la más sabia de todas ellas: Anne Oacier, célebre traductora de Homero. La reciente edición castellana de esta obra de Ménage, de la mano de Mercé Otero y Rosa Rius, nos recuerda el nombre de nada menos que sesenta y cinco mujeres filósofas, no todas griegas, por supuesto: ni siquiera todas demasiado reales... como Hipo, "hija del centauro Quírón". Pero, como escribió Juan Bautista Cubíe en 1768, en su obra Las mugeres vindicadas de las calumnias de los hombres, si entre las mujeres no hay muchas que destaquen en tas ciencias, "no es por falta de disposición natural, sino por ser rara la que se dedica a aprenderlas. Mayor admiración debieran causar los hombres. porque de muchos estudiosos, pocos salen verdaderamente sabios".

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