jueves, 22 de septiembre de 2011

Alejandro Magno (Parte 9) Los años bactrianos

LOS AÑOS BACTRIANOS 


Pasarían casi cinto años antes de que Alejandro librara otra de sus gloriosas batallas campales; en su lugar, durante gran parte de este tiempo, estaría ocupado con guerras de guerrillas y en las montañas. Darío huyó al noreste a las montañas de Media, pensando correctamente que Alejandro dirigiría su atención inmediata a las grandes ciudades del imperio que quedaban al sur: Babilonia, Susa y Persépolis. 

Alejandro fue bien recibido en Babilonia y Susa, y el trato que éste dio a la población fue asimismo generoso; sin embargo, tuvo que combatir por Persépolis, primero contra las tribus de las montañas de Uxia y después contra las fuerzas regulares persas. Cuando tomó la ciudad, la incendió. Es posible que este acto de destrucción no fuera premeditado, sino, según algunos relatos, el resultado de un salvaje capricho, producto de una apuesta entre bebedores mientras estaba en compañía de una cortesana. 

Antes de partir de nuevo al norte a través de Media en persecución de Darío, Alejandro puso gobernadores por todo el territorio que acababa de conquistar. Entre ellos había administradores persas, y se puede ver en ello quizá una nueva política: el anticipo de esos objetivos de ciudadanía universal que abrazaría posteriormente, cuando la mera destrucción del enemigo no parecía ya justificar el tiempo, las molestias y el sufrimiento que conllevaba. Sin embargo, en este tiempo Darío parecía aún inclinado a oponer resistencia; había reunido a su alrededor una fuerza similar a un ejército, compuesto por aproximadamente 2000 mercenarios griegos y podía, si era necesario, retroceder hacia el este del mar Caspio y después hacia el norte adentrándose en las montañas de Bactria. 

En todo caso, Alejandro nunca cogió vivo a Darío. No llegó a tiempo para impedir que el rey persa huyera a través del paso del Caspio a las montañas del norte. Mientras el ejército macedonio perseguidor descansaba brevemente en su campamento, le llegó la noticia de que Darío había sido apresado a la fuerza por un grupo de sus propios oficiales, entre los que estaba Bessos, sátrapa de Bactria, que era pariente del rey. Bessos tenía claras pretensiones (que pronto confirmaría) de gobernar sobre el resto del imperio persa. Había mandado el contingente de Bactria en Gaugamela, y probablemente Alejandro encontraría en él un enemigo más formidable que Darío. 

Era importante impedir el resurgimiento de la oposición persa. Alejandro dejó enseguida su ejército principal y continuó tras los fugitivos con un cuerpo de tropas pequeño y con gran movilidad. Los hombres de su grupo avanzado descubrieron finalmente a Darío a punto de morir, herido mortalmente por sus captores cuando descubrieron que ya no podían llevarle consigo en su huida. Alejandro organizó un regio funeral para Darío: más tarde, cuando capturó a Bessos, entregaría el pretendiente al hermano de Darío, Oxathres, que le ejecutó bárbaramente. 

El problema de los objetivos de guerra de Alejandro se agravaba. Las poblaciones de Bactria y Sogdiana, al norte, que eran provincias del imperio persa unidas por vínculos débiles, parecían aún decididas a combatir por su independencia. Sin embargo, antes de partir para el norte, Alejandro persiguió a los mercenarios griegos que habían servido con Darío y les obligó a rendirse cuando les alcanzó en Hyrcania, al sur del mar Caspio. 

A pesar de todo, el ideal de Alejandro sobre una nacionalidad mezcla ele asiáticos y europeos no atraía a sus hombres, y pronto tuvo que enfrentarse a conspiraciones entre sus oficiales y su séquito inmediato. Ejecutó a Filotas, el hijo de su una vez hombre de confianza y segundo jefe, Parmenión, y después como medida de precaución dispuso el asesinato de éste, al que había dejado encargado de la guarnición de Media. En una reyerta de borrachos, mató posteriormente a Clito, el oficial que le había salvado la vida en el Gránico. Ciertamente, Alejandro aparece en esta época en el papel de un tirano, papel en el que muchos historiadores antiguos de los siglos posteriores le vieron siempre. Sin embargo, los soldados y demás componentes de su ejército aún le seguían con devoción. 

Después de la toma de Bessos (329 a.C.) que había tenido lugar en Sogdiana, al norte del río Oxus, un nuevo jefe de la resistencia emergió en la persona de Espitamenes, un noble bactriano. Se puede decir correctamente que éste fue el enemigo más temible al que Alejandro hubo de enfrentarse jamás. Las flexibles tácticas de guerrilla del líder bactriano, realizadas con el apoyo de los aliados escitas del otro lado del río Jaxartes, costaron muchas vidas a los macedonios. De hecho, en una sola emboscada devastadora, cayeron más hombres de Alejandro que en todas sus gloriosas batallas campales restantes. 

Sin embargo, poco a poco, Alejandro dejó guarniciones en las provincias del noreste para protegerse de sus astutos enemigos. Espitamenes llamó en su ayuda a los massagetae, una tribu guerrera escita que vivía al este del mar Caspio. Pero al ser derrotados por Alejandro, los escitas mataron a Espitamenes y enviaron su cabeza al vencedor como ofrenda de paz (otro relato nos dice que Espitamenes fue asesinado por su mujer). En Maricanda (Samarkanda), Alejandro desposó a Roxana, la hija de un noble sogdiano que había sido hecha prisionera por los macedonios y era famosa por su belleza. Aparte de su inmediata conveniencia política, este matrimonio estaba en línea con los emergentes objetivos de Alejandro (la formación de una nación euroasiática y una cultura greco-asiática). El hecho de que Alejandro se hubiera casado anteriormente con Stateira, la hija de Darío, en Susa, no fue impedimento para la boda con la sogdiaua: los reyes de Macedonia no profesaban la monogamia, y en este sentido al menos eran «no griegos». 

Los años de los combates de Alejandro en las provincias norteñas del imperio persa son narradas por los historiadores con bastante detalle, aunque con muchas discrepancias en sí. Nos cuentan de batallas y de traiciones, de rápidas marchas y cruces de ríos, escaladas de arrecifes y capturas de fuertes en medio de temibles montañas, y hazañas de armas en el curso de las cuales Alejandro fue herido más de una vez. En esta época más que en ninguna otra, el esfuerzo y los sinsabores sufridos por el ejército conquistador parecen enormes y desproporcionados frente cualquier propósito útil al que pudieran servir. 

Sin embargo, a fuerza de guerra y diplomacia, Alejandro al fin sometió a la intransigente población y afianzó todo el territorio, estableciendo guarniciones de soldados griegos y macedonios. Los escitas al norte del Jaxartes eran una amenaza permanente. Éstos fueron una vez pobladores de unas tierras controladas posteriormente por los persas y existía el peligro de que hicieran causa común con cualquier movimiento insurgente en las provincias del noreste, por lo que antes de marchar hacia el sur, a través del «Cáucaso Indio» (Hindu Kush), Alejandro dejó destacamentos a cargo de hombres cansados de la guerra para mantener la frontera de Jaxartes y la ciudad que había fundado allí, «Alejandría Eschate», es decir, «Alejandría Lejana». 

Su destino ahora era el río Indo. Al planificar su expedición a la India, Alejandro puso sus ambiciones más allá incluso de los confines del viejo imperio persa. En este momento más que en ningún otro es probable que los hombres de Alejandro mostraran ya los síntomas de amotinamiento que más tarde le frustrarían. Pero el ejército, tranquilizado por las leyendas de la visita a la India del dios Dionisio, siguió a su jefe hasta el valle del Indo sin objeciones. 

Alejandro no intentó cruzar inmediatamente el gran río, sino que pasó el invierno del 327/326 haciendo campaña contra las tribus de las colinas situadas a los pies de la región montañosa que se extiende hacia el moderno Chitral. Su oficial Efestión fue enviado por una ruta situada más al sur, y éste ya tenía planificado construir un puente sobre el Indo cuando Alejandro se le reunió. Arriano, en analogía con las operaciones romanas de puentes de su propia época, nos indica con todo convencimiento que el puente de Efestión fue construido sobre pontones. 

Al otro lado del Indo, los macedonios fueron bien recibidos por el jefe de Taxila, que es nombrado en la historia de Arriano como Taxiles. Su nombre real era probablemente «Amphi», y el título «Taxiles» procedía del nombre de su ciudad más importante. Se sometió a Alejandro por su propia voluntad, viendo sin duda en los invasores unos aliados contra el rey que gobernaba más hacia el este, al que los griegos conocían como Poros. Mientras las tropas descansaban en Taxila, Alejandro recibió el sometimiento de otros jefes indios, pero pronto se hizo evidente que al haber hecho amistad con Taxiles se había asegurado la enemistad de Poros, por lo que, determinado a una nueva guerra, marchó de nuevo al este, hacia el río Hidaspes (el moderno Jhelum), al otro lado del cual Poros estaba movilizando su ejército.


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