jueves, 31 de marzo de 2011

Las mujeres en el parlamento de la Segunda República Española

Los nombres  y las biografías de Clara Campoamor, Victoria Kent y Margarita Nelken son, sin duda, los que la memoria histórica de la España contemporánea asocia a la presencia femenina en el Parlamento de la Segunda República española y, por consiguiente, a la del reconocimiento de la ciudadanía política de las mujeres. Gracias a un decreto de mayo de 1931 en el que se les reconocía a las mujeres el estatus de "elegibles", las tres validaron su condición de diputadas en las elecciones a constituyentes de julio de 1931 resultando elegidas: Clara Campoamor por el Partido Radical de Alejandro Lerroux, Victoria Kent por el Partido Radical Socialista y, finalmente, por el Partido Socialista Obrero Español, Margarita Nelken. Y, por más que esta última no pudiera acceder a su escaño hasta que se solventaron los problemas administrativos surgidos por no tener la ciudadanía española (Margarita Nelken era hija de alemán y francesa), una de las principales transformaciones políticas que vivía la sociedad española era la de la presencia de mujeres entre los parlamentarios reunidos en el palacio de la Carrera de San Jerónimo.

Margarita Nelken 
Margarita Nelken
 
El largo camino de las sufragistas españolas   No se vieron satisfechas así las aspiraciones de amplios sectores del electorado femenino ni las de las organizaciones y plataformas sufragistas, que compartían el activismo reivindicativo a favor del voto de las mujeres. A pesar del retraso con el que las sufragistas se organizaron en España en relación a otros países occidentales desarrollados, es innegable que determinados sectores de las mujeres españolas manifestaron enraizadas preocupaciones acerca de la ciudadanía política femenina mucho antes de la Primera Guerra Mundial y de que en 1918 se creara en Madrid la Asociación Nacional de Mujeres Españolas —la ANME— considerada como su buque insignia aunque no fuera su única plataforma reivindicativa. Antes, sectores de mujeres activistas habían manifestado ya sus preocupaciones y reivindicaciones políticas: en Cataluña lo habían hecho las llamadas solidarias —principalmente catalanistas de la Uiga— y las anti-solidarias —damas rojas republicanas, radicales y librepensadoras y masonas— coincidiendo con las elecciones de la Solidarität Catalana de 1907 y en Madrid, por ejemplo, socialistas madrileñas elevaron sus voces en la misma dirección con ocasión de la conjunción republicano-socialista de 1910, tras la Semana Trágica barcelonesa de 1909. Y, de hecho, la amplitud de este activismo fue tal que contagió a organizaciones y plataformas del catolicismo social con el efecto lateral de que el Estatuto Municipal del general Primo de Rivera incluyera la posibilidad de que fueran elegidas regidoras municipales aquellas mujeres que tuvieran la condición de cabeza de familia y de que, al constituirse en 1927 la Asamblea Nacional —un remedo de parlamento que no fue ni democrático ni deliberativo— nombrara asambleístas a varias representantes del catolicismo social, como María de Maeztu, María de Echarri o Carmen Cuesta. Así, las asambleístas primorriveristas se transformaron en las primeras mujeres que accedían a la más alta institución política del Estado —las socialistas que recibieron la propuesta del dictador la rechazaron— y, de esta forma, también se transformó el reconocimiento de la ciudadanía democrática femenina en una aspiración activamente identificada con la transformación política del Estado. A la Segunda República española le correspondería, pues, recuperar la constitucionalidad y darle a la democracia política un verdadero contenido de género.

Clara Campoamor 
Clara Campoamor

En el verano de 1931 las constituyentes tenían ante sí la tarea de elaborar una nueva constitución e incluir a las mujeres en el electorado español. La discusión del sufragio femenino fue, sin embargo, un tema difícil, pues por doquier se levantaba el fantasma de la hipotética influencia que la Iglesia podría tener en el voto de las mujeres, inclinando las urnas hacia la derecha e, incluso, hacia posiciones políticas no democráticas. En el Parlamento sólo Clara Campoamor habló decidida y entusiasta a favor del voto. Con voz vibrante y retórica decidida manifestó una y otra vez que si las mujeres formaban parte del conjunto social justo era que la política también las reconociera como ciudadanas de pleno derecho, como elegibles y electoras a un tiempo. Como diputada desarrolló una intensa actividad, pero fue su activa defensa del sufragio femenino en los debates iniciados en septiembre de 1931 la que proporcionó mayor visibilidad a esta mujer que se había hecho a sí misma. Cursó bachillerato siendo ya mayor, presentándose con esfuerzo denodado a varias oposiciones y estudiando a continuación Derecho, carrera en la que se licenció en 1924, a los 36 años de edad. Sus argumentos insistían en que la República no sería democrática si les negaba el voto a las mujeres y convencieron a parlamentarios cuyas posiciones no eran en principio abiertamente favorables. Sin ir más lejos, Manuel Azaña lo dejó escrito en sus diarios: "Yo creo que tiene razón la Campoamor y que es una atrocidad negar el voto a las mujeres por la sospecha de que no votarían en favor de la República".

Victoria Kent 
Victoria Kent

La conquista del derecho al voto    El derecho al voto fue finalmente aprobado en octubre de 1931 con 161 votos a favor y 121 en contra, siendo derrotada dos meses más tarde, en diciembre de 1931, una enmienda que proponía excluir a las mujeres del voto en las generales, pero no en las municipales. El entusiasmo se dejó sentir en la calle y, según constaba en el artículo 36 del Título III de la Constitución republicana, las españolas mayores de 23 años tenían abierto el camino a las urnas y con él el reconocimiento de una ciudadanía igualitaria: "Los ciudadanos de uno y otro sexo tendrán los mismos derechos electorales según determinen las leyes". Sin embargo, todavía tardarían en votar porque el reconocimiento político del voto no implicaba el inmediato acceso de las mujeres a las urnas. En cualquier elección, los mecanismos jurídicos exigían, y exigen todavía hoy, la previa elaboración del censo electoral. Y éste fue el condicionante legal que mantuvo alejadas de las urnas a las mujeres catalanas en el referéndum del Estatut de abril de 1932 habiendo ocurrido lo mismo en noviembre del mismo año 1932 en las elecciones al Parlamento catalán. Una vez confeccionados los respectivos censos, las mujeres de toda España pudieron finalmente votar en las generales de noviembre de 1933.

En España habían votado por primera vez más de seis millones de electoras y hasta períodos muy recientes la historia ha continuado preguntándose si esta participación había favorecido a las derechas, como siempre han querido aventurar determinadas corrientes historiográficas o si, por el contrario, habían sido éstos unos resultados independientes de la concurrencia del voto femenino a las urnas. Trabajos muy recientes continúan abordando el tema y aportando frases que, repetidas una y otra vez, suenan a cancioncilla propagandística: "El mundo se perdió por una mujer, gimoteaba la izquierda, mientras subrayaba el error de no haberle concedido un sufragio restringido". Sin embargo, el análisis de los niveles de la participación por parte de hombres y mujeres indica que la orientación del voto de las mujeres fue similar a la de los hombres y no hizo por tanto más que redoblar la inclinación general. Se plantea así una hipótesis avanzada también hace años y que en el fondo no hacía más que insistir en la independencia de criterio electoral y político con que las mujeres habían manifestado una mayoría de edad política por la que se habían movilizado ampliamente y lo habían hecho con las mismas características con que podían haberlo hecho, antes y después, los votantes masculinos.

 Federica Montseny
Federica Montseny

Las nueve pioneras  Como es lógico suponer, los años republicanos constituyen una etapa en la que la presencia de las mujeres en espacios de la vida pública española resultó estimulada por el mismo activismo político, social y cultural con que habían conseguido el reconocimiento del voto. En concreto, a los escaños del Parlamento se incorporaron nueve diputadas entre 1931 y 1936. Clara Campoamor Rodríguez, Victoria Kent Siano y Margarita Nelken Mansberger fueron elegidas como ya hemos visto en las elecciones a constituyentes. Margarita Nelken lo fue de nuevo en noviembre de 1933 y en febrero de 1936 siendo la única mujer que consiguió las tres actas del período republicano, siempre como candidata socialista por el distrito de Badajoz. En noviembre de 1933 consiguieron, además, el acta de diputadas Francisca Bohigas Gavilanes, de la Minoría Popular Agraria y de la CEDA y las socialistas Veneranda García-Blanco Manzano, María Lejárraga García y Matilde de la Torre Gutiérrez. En febrero de 1936 ganaron sus escaños las socialistas Julia Álvarez Resano y la ya mencionada Matilde de la Torre Gutiérrez, la comunista Dolores Ibárruri Gómez y las también mencionadas ya Victoria Kent Siano o Margarita Nelken.

Clara Campoamor, Victoria Kent y Julia Álvarez Resano eran abogadas; Margarita Nelken era pintora, crítica de arte y periodista; Francisca Bohigas Gavilanes, Matilde de la Torre y Veneranda García-Blanco maestras; María Lejárraga, aunque maestra de profesión, fue una escritora prolífica que destacó en diversos géneros; y, por último, la comunista Dolores Ibarrúri estudió el curso preparatorio de Magisterio y, tras abandonarlo, se ganó la vida como trabajadora manual en oficios tan típicamente femeninos como los de costurera o criada. El conjunto constituía un puñado de mujeres profesionales cuya memoria se ha perdido hoy en buena parte de los casos. Su dedicación a las actividades públicas les dio visibilidad y si hoy es posible recorrer su biografía es porque todas ellas dieron a la imprenta relatos biográficos o libros autobiográficos y memorias políticas que, según los casos, vieron la luz en el exilio, independientemente de que sus autoras se hubieran exilado al acabar la Guerra Civil o al iniciarse ésta. Clara Campoamor, por ejemplo, marchó al exilio en septiembre de 1936 y escribió a vuela pluma casi unos meses después La révolution spagnole vue par une républicaine, sus memorias políticas en París durante el año 1937. Sin embargo, fue en Madrid y en el mismo verano de 1936 cuando Margarita Nelken escribió Porqué hicimos la revolución, un texto encaminado a justificar la radicalización del sector socialista colindante con la III Internacional que la votaba y también su propia evolución política que desde octubre de 1934 la había ido convirtiendo en firme candidata a la militancía en el Partido Comunista de España, un proceso que culminaría en los últimos meses del mismo año 1936. Pero, por lo general, las memorias de las diputadas republicanas vieron la luz en el exilio posterior a 1939, cuando en relación a la política española ya sólo "les quedaba la palabra", una situación descrita aquí con las poéticas palabras de Blas de Otero. 

Veneranda García Manzano
Venerada García-Blanco Manzano

Silenciadas y desconocidas   "Les quedaba la palabra" y a ésta acabaría por llevársela el viento con la obstinación de los elementos que acostumbran a arrasar con los vestigios humanos. ¿Quién recuerda hoy a María Lejárraga, la diputada ríojana que consiguió el acta parlamentaria por la provincia de Granada en 1933, si no fuera por la peculiar relación de "negro" literario que mantuvo con Gregorio Martínez Sierra, su esposo y firmante de al menos una parte de sus obras? ¿Quién sabe fuerra de su Cantabria natal quién fue la socialista Matilde de la Torre? Sorprendentemente, antes incluso de que la Transición democrática española acometiera la reconstrucción de la memoria democrática de estas mujeres guardaba la población española los nombres y las figuras de Dolores Ibárruri y de Federica Montseny, comunista una y anarquista la otra, diputada frentepopulista como hemos visto una y la otra ministra de Sanidad y Asistencia Social del segundo gobierno que Largo Caballero formó durante la Guerra Civil y, por tanto, la primera mujer que en España accedía a tal responsabilidad política. Paradójicamente, el nombre de ambas era repetido con verdaderas "lindezas" retóricas desde los medios de comunicación franquista según la misma voluntad represora con que se trataba de silenciar los nombres y el papel de las diputadas "rojas" o de las mujeres políticas. La lógica de esta simplificación mantuvo sus nombres y borró otros, incluso en casos en que, como en el de Francisca Bohigas Gavilanes, pudieran haber pertenecido a partidos de derechas y haber puesto su pluma tras finalizar la Guerra al servicio de los "vencedores". Justo es, pues, rendirles a todas estas mujeres el homenaje de recuperar su memoria con el deseo de que los lectores hagan lo propio con al menos una parte de su obra y, especialmente, con sus memorias, caso de que las hubieran escrito.

Dolores Ibarruri
Dolores Ibarruri
 

Susanna Tavera es doctora en Historia Contemporánea y profesora de la Universidad de Barcelona. Es autora, entre otras obras, de Federica Montseny la indomable. 1905-1994. Temas de Hoy, 2005.

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