miércoles, 9 de febrero de 2011

Hiroko Nagata y el Ejército Rojo Japonés (Rengo Sekigun)

Hiroko Nagata fue una de las fundadoras y codirigió el sangriento Rengo Sekigun, el Ejército Rojo Unido, un grupo de ideología comunista formado a principios de los 70 en Japón por estudiantes radicalizados. Y junto al líder del grupo, Nagata fue la responsable de asesinar o incitar al homicidio de 14 de sus compañeros de lucha. Las supuestas diferencias ideológicas dieron pie a una purga en la que la propia Nagata les propinó palizas mortales u ordenó que fuesen atados a árboles, en pleno invierno, hasta que fallecieron congelados.

Fue condenada a muerte y, mientras esperaba la ejecución a la que le condenaron los tribunales hace 17 años, Nagata murió el 5 de febrero de 2011 como consecuencia de un cáncer cerebral en la prisión de Tokio donde estaba recluida. Tenia 65 años.

Tokiota de nacimiento, entró en contacto con la política a su paso por la universidad, en el Colegio Farmacéutico de Kvoritsu. En la vecina China, Mao Zedong acababa de poner en marcha la Revolución Cultural, que a finales de los años 60 logró un amplio eco entre los sectores inconformistas de las aulas japonesas. Aquella muchacha poco atractiva, dura en el trato e intransigente, sobre todo, con otras mujeres, que hervía de histeria en agitados debates políticos, formó parte del núcleo del Rengo Sekigun a mediados de 1971. Nagata se alzó como su viceprcsidenta. Cuando el Gobierno japonés lanzó una campaña contra estos grupos estudiantiles, una treintena de miembros del Ejército Rojo se refugió en las montañas de Gunma, al noroeste de la capital, armados con el botín obtenido en una tienda de armamento. A lo largo del camino, dos miembros que habían tratado de abandonar la organización fueron asesinados y sus cadáveres, abandonados en un lago.

La purga se desencadenó poco después, en enero de 1972. Tsuneo Mori, el presidente, y la propia Nagata encabezaron las palizas mortales a seis miembros de la organización y a un testigo que no formaba parte de la misma, mientras que otros tantos militantes fueron abandonados a la intemperie. Según el auto de la sentencia, Nagata se ensañó con aquellos compañeros que, a su parecer, «tenían demasiado interés en relaciones con mujeres y que no dedicaban suficiente energía a la revolución».

Localizados en febrero, los dos cabecillas y casi todos sus seguidores fueron detenidos. Los cinco miembros que lograron escapar, guiados por el número tres de la organización, Hiroshi Sakaguchi, se atrincheraron en un refugio de montaña, tomaron como rehén a la esposa del propietario y mantuvieron un pulso de 10 jornadas con la policía. El tiroteo que dio pie al desenlace, en el que murieron tres agentes, forma parte de la memoria de toda una generación que prácticamente lo pudo ver en directo por televisión.

Mori se suicidó en prisión unos meses más tarde, con 28 años. Pero Nagata comenzó entonces un largo peregrinaje por tribunales y cárceles. En 1982, una corte de Tokio decidió la pena capital, sentencia que luego fue ratificada por la Corte Superior de Tokio y, en 1993, por la Corte Suprema. Nagata apeló la sentencia pero los tribunales la rechazaron en 2006. Su ejecución podía haber ocurrido en cualquier momento, puesto que en Japón, ésta se comunica al preso con sólo unas horas de antelación. Pero la activista falleció el sábado tras una larga convalecencia.

Su enfermedad ya le había llevado a pasar por quirófano en 1984. Y, más recientemente, en 2006 sufrió una grave crisis, como consecuencia de una atrofia cerebral, por la que fue trasladada a un hospital fuertemente vigilado. Regresó a su celda en 2007, aunque permaneció el resto de sus días en cama. Durante su encierro, Nagata escribió varios libros y logró el apoyo de un grupo de activistas que había denunciado la escasa atención sanitaria que había recibido.

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